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viernes, 4 de diciembre de 2020

Coincidencia: las dos caras de un cuento

Cruz: El borrador

Es curioso cómo juega el destino. Es como un niño que tan solo necesita unir dos piezas para que la magia comience a fluir, pero a esto a algunos les gusta llamarlo coincidencia.

Pues era coincidencia que un día había dos niñas en un parque que comenzaba a despertar por el comienzo de la primavera. A pesar de que este espacio de recreo era abrazado por la altura de las montañas, la nieve derritiéndose lo convertía en un archipiélago siendo con sus caminos de tierra siendo invadidos por el agua. Y más, mucha más agua había. Las gotas que cubrían el verde de los pinos multiplicaban su olor como la recién aprendida tabla del 9. 9x9 es 81, un número tan grande como el impulso que cogían para elevarse más y más alto en los columpios.

Ahí, por supuesto, también había agua. Una de las pequeñas había sido más precavida al pedirle a su padre el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina, para que el asiento del balancín no le mojara la ropa. A la otra, poco parecía importarle que otros niños pudieran señalarla, riéndose, porque llevase su trasero como si se hubiera hecho pis encima. La primera miraba con asombro a la segunda no solo por eso, sino también por cómo empujaba al aire con toda la fuerza de sus piernas que, cubiertas por leotardos azules, apuntaban más hacia el cielo cada vez que las balanceaba.

—Voy a volar como un pájaro —anunció con una sonrisa a la que le faltaba un diente.

Quedándose atónita, buscó con sus ojos a la madre de su compañera, a la que encontró sentada en un banco mientras charlaba con la abuela de Adela la Coneja.

—¿Crees que a Adela le habrá dejado el Ratoncito Pérez un regalo tan grande como sus piños? —preguntó intentando seguir el ritmo de su amiga.

Lo consideró por un momento.

—Tiene que caber debajo de la almohada —se encogió de hombros.
—¿El diente o el regalo? —dijo con inocente maldad.

Ambas rieron porque que Adela tuviera los dientes igual que los conejos que criaba su abuela parecía ser otra coincidencia.

—Me dijo que no le gustó el regalo y que lo tiró —explicó dejando que el columpio se moviera por inercia propia.
—¿A ti que te trajo?
—Nada —contestó sin una pizca de enfado o tristeza—. Mi madre habló con el Ratoncito Pérez para decirle que no me diera nada por haberla desobedecido. Además, no encontramos el diente, así que…

Hacía unos días, en su ímpetu por “volar como un pájaro”, finalmente lo había logrado… olvidándose por completo de la parte en la que tenía que aterrizar. Cayó de boca contra el suelo y el que sí voló de verdad fue un diente, su paleta en concreto, lo que disgustó muchísimo a su madre que no había parado de advertirle que no fuera tan bestia. La sangre logró teñir buena parte de la nieve, cosa que hizo que la otra niña se pusiera a llorar por ella y por su amiga que, de hecho, se mostró más preocupada en encontrar su diente para dárselo al Ratoncito Pérez.

—No pasa nada —decía con tranquilidad—. Ya me saldrá otro.

Pusieron fin al rato en los columpios para entonces convertirse en brujas que conjuraban junto a un caldero que no era más que uno de los charcos en el camino principal del parque y en el que al que tirar hojas, ramitas y piedras era como si fuesen ojos de sapo y patas de rana. Invocaron al Ratoncito Pérez para que ignorara la prohibición hecha por la madre y dejara un regalo por el diente perdido.

—No creo que traiga aquí nada.
—Sí lo hará porque debía de estar en camino para entregármelo hasta que mi madre lo detuvo por no haberla hecho caso. Seguro que le dijo que no había diente también, así que voy a buscarlo ahora mismo —dijo incorporándose.
—Aquí no vas a encontrar nada —continuó advirtiendo la otra niña con el eco de la voz de un adulto sonando entre aquellas palabras.
—La semana pasada me encontré dos euros —dijo enfurruñada antes de salir corriendo.

Y así siguió hasta que las figuras de los otros padres, abuelos y niños fueron del tamaño de las hormigas. Era empujada por una verdad como lo era el aire por sus piernas en el columpio: sabía que encontraría su regalo. Sin saber qué más hacer o a dónde dirigirse, pero con el firme convencimiento como compañero, continuó a la carrera por el parque salpicando sus zapatos de barro y escuchando el crujido al pisar la nieve que aún se resistía. No hizo caso al llamado de su amiga y el de su madre que comenzaba a gritar que fuera más despacio y no se alejara más.

Pero no se puede ignorar el cosquilleo que despierta al cuerpo cuando el destino ha comenzado a jugar también, porque dirigiéndose cerca del lugar donde la abuela de Adela la Coneja ya se despedía, junto a una papelera había un objeto al que sol le arrancaba un brillo a su color rosado y que parecía señalar “aquí está”. Cuando sus pies por fin pararon frente a él, descubrió a un dinosaurio de color rosa que le sonría sin que le faltase ni un diente, al contrario que ella, y que en su vientre tenía un reloj que marcaba las horas que parecía haberla estado esperando.

La otra niña comenzó a deshacerse en lágrimas por algo que aún no comprendía: la fe inquebrantable había acompañado a su amiga desde que se encontrara la semana pasada con dos euros, pues hizo que comprendiera que quién juega con el destino a encontrar, encuentra. Así envió al Ratoncito Pérez a que le diera su regalo. Y es que, si Adela la Coneja no hubiera tenido los dientes tan grandes como los conejos que criaba su abuela, que al caérsele uno fue imposible ponerlo bajo la almohada, no le hubieran entregado en el parque un regalo que no le gustó y tiró. Y si la niña no hubiese sido tan insistente en volar como un pájaro hasta olvidarse de cómo aterrizar, su diente tampoco se hubiera caído, su madre no le hubiera castigado y el Ratoncito Pérez no hubiese dejado allí, junto a la papelera, un dinosaurio rosa sonriente con un reloj que aún marcaba las horas en su estómago.

Coincidencia lo llaman.
Cara: El cuento
Había dos niñas en el parque que despertaba por el comienzo de la primavera. A pesar de que este espacio de recreo era abrazado por la altura de las montañas, la nieve derritiéndose lo convertía en un archipiélago con sus caminos de tierra siendo invadidos por el agua. Y más, mucha más agua había. Las gotas que cubrían el verde de los pinos multiplicaban su olor como la recién aprendida tabla del 9. 9x9 es 81, un número tan grande como el impulso que cogían para elevarse más y más alto en los columpios.

Ahí, por supuesto, también estaba el líquido elemento. Una de las pequeñas había sido más precavida al pedirle a su padre el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina, para que el asiento del balancín no le mojara la ropa. A la otra, poco parecía importarle que otros niños pudieran señalarla, riéndose, porque llevase su trasero como si se hubiera hecho pis encima. La primera miraba con asombro a la segunda no solo por eso, sino también por cómo empujaba al aire con toda la fuerza de sus piernas que, cubiertas por leotardos azules, apuntaban más hacia el cielo cada vez que las balanceaba.

—Voy a volar como un pájaro —y dibujó con los labios una sonrisa a la que le faltaba un diente.

Quedándose perpleja, buscó a la madre de su amiga para encontrarla sentada en un banco mientras charlaba con la abuela de Adela la Coneja.

—¿Crees que a Adela le habrá dejado el Ratoncito Pérez un regalo tan grande como sus piños? —preguntó a la vez que intentaba seguir el ritmo de su amiga.

La otra lo consideró por un momento.

—Tiene que caber debajo de la almohada —se encogió de hombros.
—¿El diente o el regalo?

Ambas rieron porque que Adela tuviera los dientes igual de gigantes que los de los conejos que criaba su abuela, parecía tratarse de algo más que una coincidencia.

—Me dijo que no le gustó el regalo y que se lo dio a su abuela —explicó dejando que el columpio se moviera por inercia propia.
—¿Y a ti que te trajo?
—Nada —contestó sin una pizca de enfado o tristeza—. Mi madre habló con el Ratoncito Pérez para decirle que no me trajera ninguna cosa por haberla desobedecido. Además, no encontramos el diente, así que…

Hacía escasos días, en su ímpetu por “volar como un pájaro”, finalmente lo había logrado… olvidándose por completo de la parte en la que tenía que aterrizar. Cayó de boca contra el suelo y lo que sí logró volar de verdad fue su diente, la paleta en concreto, haciéndo que su madre se disgustara muchísimo ya que no había parado de advertirle que no fuera tan bestia. La sangre tiñió de tal manera a la nieve, que la otra niña lloró ante el horror de aquella imagen y también por su amiga que, de hecho, se mostró más preocupada por encontrar su diente para dárselo al Ratoncito Pérez.

—No pasa nada —decía con tranquilidad—. Ya me saldrá otro.

Pusieron fin al rato en los columpios para entonces convertirse en brujas que conjuraban junto a un caldero que no era más que uno de los charcos en el camino principal del parque y, en el que al que tirar hojas, ramitas y piedras era como si fuesen ojos de sapo y patas de rana para conjurar un hechizo. Invocaron al Ratoncito Pérez para que ignorara la prohibición hecha por la madre y dejara un regalo por el diente perdido.

—No creo que traiga aquí nada.
—Sí lo hará porque debía de estar de camino para entregármelo hasta que mi madre lo detuvo por no haberla hecho caso. Seguro que le dijo que no había diente también, así que voy a ir a buscarlo ahora mismo —dijo incorporándose.
—Aquí no vas a encontrar nada —continuó advirtiendo la otra niña con el eco de la voz de un adulto sonando entre aquellas palabras.
—La semana pasada me encontré dos euros —enfurruñada, salió antes de que la volviera a contestar.

Su carrera no acabó aunque las figuras de los otros padres, abuelos y niños adquirieran el tamaño de las hormigas. Y es que era empujada por una verdad como lo era el aire por sus piernas en el columpio: sabía que encontraría su regalo.

Sin saber qué más hacer o a dónde dirigirse, pero con el firme convencimiento como compañero, continuó recorriendo el parque salpicando sus botas de barro en cada charco que cruzaba y escuchando el crujido al pisar la poca nieve que aún se resistía a derretirse. Ignoró el llamado de su amiga y el de su madre, cuya voz a esas alturas atrevesaba las copas de los pinos al gritar que fuera más despacio y no se alejara más.

Pero no se puede pasar por alto el cosquilleo que despierta al cuerpo avisando de que el destino ha comenzado a jugar también, porque dirigiéndose cerca del lugar de donde la abuela de Adela la Coneja se alejaba para volver a casa a seguir cuidando de sus conejos, junto a una papelera había algo extraño al que sol le arrancaba un brillo como si señalara aquí está. Sus pies, por fin, frenaron hasta parar, y su sonrisa sin paleta se vio correspondida por otra a la que no le faltaba ni un diente.

Aquella sonrisa perfecta pertenecía nada más ni nada menos que a un pequeño dinosaurio de color rosa que por vientre tenía a un reloj marcando las horas que había estado esperándola.

Emme's Codes

¿CUÁL TE GUSTA MÁS? ¿CARA O CRUZ?

Jane Doe

viernes, 27 de noviembre de 2020

Coincidencia

Prompt:

Escribe un relato a partir del juguete que más quisiste.

Había dos niñas en el parque que despertaba por el comienzo de la primavera. A pesar de que este espacio de recreo era abrazado por la altura de las montañas, la nieve derritiéndose lo convertía en un archipiélago con sus caminos de tierra siendo invadidos por el agua. Y más, mucha más agua había. Las gotas que cubrían el verde de los pinos multiplicaban su olor como la recién aprendida tabla del 9. 9x9 es 81, un número tan grande como el impulso que cogían para elevarse más y más alto en los columpios.

Ahí, por supuesto, también estaba el líquido elemento. Una de las pequeñas había sido más precavida al pedirle a su padre el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina, para que el asiento del balancín no le mojara la ropa. A la otra, poco parecía importarle que otros niños pudieran señalarla, riéndose, porque llevase su trasero como si se hubiera hecho pis encima. La primera miraba con asombro a la segunda no solo por eso, sino también por cómo empujaba al aire con toda la fuerza de sus piernas que, cubiertas por leotardos azules, apuntaban más hacia el cielo cada vez que las balanceaba.

—Voy a volar como un pájaro —y dibujó con los labios una sonrisa a la que le faltaba un diente.

Quedándose perpleja, buscó a la madre de su amiga para encontrarla sentada en un banco mientras charlaba con la abuela de Adela la Coneja.

—¿Crees que a Adela le habrá dejado el Ratoncito Pérez un regalo tan grande como sus piños? —preguntó a la vez que intentaba seguir el ritmo de su amiga.

La otra lo consideró por un momento.

—Tiene que caber debajo de la almohada —se encogió de hombros.
—¿El diente o el regalo?

Ambas rieron porque que Adela tuviera los dientes igual de gigantes que los de los conejos que criaba su abuela, parecía tratarse de algo más que una coincidencia.

—Me dijo que no le gustó el regalo y que se lo dio a su abuela —explicó dejando que el columpio se moviera por inercia propia.
—¿Y a ti que te trajo?
—Nada —contestó sin una pizca de enfado o tristeza—. Mi madre habló con el Ratoncito Pérez para decirle que no me trajera ninguna cosa por haberla desobedecido. Además, no encontramos el diente, así que…

Hacía escasos días, en su ímpetu por “volar como un pájaro”, finalmente lo había logrado… olvidándose por completo de la parte en la que tenía que aterrizar. Cayó de boca contra el suelo y lo que sí logró volar de verdad fue su diente, la paleta en concreto, haciéndo que su madre se disgustara muchísimo ya que no había parado de advertirle que no fuera tan bestia. La sangre tiñió de tal manera a la nieve, que la otra niña lloró ante el horror de aquella imagen y también por su amiga que, de hecho, se mostró más preocupada por encontrar su diente para dárselo al Ratoncito Pérez.

—No pasa nada —decía con tranquilidad—. Ya me saldrá otro.

Pusieron fin al rato en los columpios para entonces convertirse en brujas que conjuraban junto a un caldero que no era más que uno de los charcos en el camino principal del parque y, en el que al que tirar hojas, ramitas y piedras era como si fuesen ojos de sapo y patas de rana para conjurar un hechizo. Invocaron al Ratoncito Pérez para que ignorara la prohibición hecha por la madre y dejara un regalo por el diente perdido.

—No creo que traiga aquí nada.
—Sí lo hará porque debía de estar de camino para entregármelo hasta que mi madre lo detuvo por no haberla hecho caso. Seguro que le dijo que no había diente también, así que voy a ir a buscarlo ahora mismo —dijo incorporándose.
—Aquí no vas a encontrar nada —continuó advirtiendo la otra niña con el eco de la voz de un adulto sonando entre aquellas palabras.
—La semana pasada me encontré dos euros —enfurruñada, salió antes de que la volviera a contestar.

Su carrera no acabó aunque las figuras de los otros padres, abuelos y niños adquirieran el tamaño de las hormigas. Y es que era empujada por una verdad como lo era el aire por sus piernas en el columpio: sabía que encontraría su regalo.

Sin saber qué más hacer o a dónde dirigirse, pero con el firme convencimiento como compañero, continuó recorriendo el parque salpicando sus botas de barro en cada charco que cruzaba y escuchando el crujido al pisar la poca nieve que aún se resistía a derretirse. Ignoró el llamado de su amiga y el de su madre, cuya voz a esas alturas atrevesaba las copas de los pinos al gritar que fuera más despacio y no se alejara más.

Pero no se puede pasar por alto el cosquilleo que despierta al cuerpo avisando de que el destino ha comenzado a jugar también, porque dirigiéndose cerca del lugar de donde la abuela de Adela la Coneja se alejaba para volver a casa a seguir cuidando de sus conejos, junto a una papelera había algo extraño al que sol le arrancaba un brillo como si señalara aquí está. Sus pies, por fin, frenaron hasta parar, y su sonrisa sin paleta se vio correspondida por otra a la que no le faltaba ni un diente.

Aquella sonrisa perfecta pertenecía nada más ni nada menos que a un pequeño dinosaurio de color rosa que por vientre tenía a un reloj marcando las horas que había estado esperándola.
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Jane Doe

viernes, 20 de noviembre de 2020

Otoño

La Olympia de Jane Doe
¿Sí? ¡Ah, eres tú! No te quedes plantado en esta línea y pasa, pasa, por favor.

Así que, aquí estamos…

¡Hola de nuevo! ¿Cómo has estado?

Siéntete libre de ponerte cómod@, que tenemos que contarnos todas nuestras novedades.
Han pasado casi cinco meses desde que publiqué mi último post. Es como un sueño que haya pasado todo un verano y estemos en mitad de una de mis estaciones favoritas: ¡El otoño! 🍂

Aunque te soy sincera y confieso que no siempre ha sido así, porque cuando era pequeña, otoño significaba despedida. ¿No sentías tú lo mismo? El otoño, allá por entonces, suponía el final de muchas cosas de las que había que separarse. Era el tiempo de decir adiós al calor, a los días en los que no había que hacer nada salvo descansar y divertirse, a los amigos que regresaban a casa, a los juegos entre pinos, ríos y rocas (siempre he tenido muy a mano a los bosques), al agua azul de la piscina... y es que no había cosa que más me gustase que bañarme aunque aprendiera a nadar bastante tarde jajaja.


Sin embargo, con unos otoños más, he aprendido a valorarlo hasta llegar a amarlo, como una relación que no empieza bien hasta que entendemos la naturaleza de la otra parte. Ahora, no puedo dejar de mirar los colores con los que las hojas pintan los paisajes naturales y urbanos, el ligero frío que más que una molestia, es una compañía que te ancla en el presente para sentir el aquí y ahora, o como las setas se convierten en las nuevas flores, brotando como esos puestos de castañas, churros con chocolate y barquillos.

No sé cómo podía pensar entonces que era un final cuando se respira como el inicio de muchas nuevas sendas. La cosecha ya ha sido recogida y es el momento de plantar nuevas semillas que germinen hasta convertirse en nuevos frutos en el futuro. Es la estación del Inktober o el NanoWrimo, sin ir más lejos.

El otoño siempre trae consigo una nueva sensación y, por ello, quería escribir esta entrada… Porque es otoño en mi blog, que no en El Corte Inglés.

Estoy tan, tan, pero tan agradecida de volver a vernos aquí y, a la vez, tan ilusionada de comenzar a explorar este camino novedoso que esta bajo mis pies. La inactividad del verano no se ha traducido en dejar de lado a mi blog, al contrario, sino que me ha servido para pararme, meditar y dar esos pasos hacia atrás necesarios para coger impulso y comenzar a correr, «volar», pese a que quitar el polvo acumulado y las telarañas de este rincón no esté siendo tarea fácil, mucho menos volver a poner en funcionamiento las teclas de la Olympia, pero volveremos a coger ritmo.
Mirad a Olympia, que preciosa está y lista para rellenar semanalmente de líneas los folios virtuales blancos 💛. Ojalá que fuera literalmente porque estoy enamoradísima de esta máquina de escribir y sé que algún día la tendré entre mis manos. Para algo este blog le debe su nombre.

Así pues, con este nuevo principio en La Olympia de Jane Doe, he querido que seas mi compañero de viaje y para ello quise escucharte a través de las encuestas que realicé en Twitter. Y esto es lo que has manifestado junto con otros:
PUBLICARÉ TODOS LOS VIERNES

No faltes a la cita.

Para que no te vayas con las manos vacías, voy a adelantarte lo que vas a encontrar cada vez que vengas de visitame. Voy a hacer el famoso coming soon de las series:


↠Relatos originales. ↠Análisis.
↠Reseñas. ↠Opiniones
Y… lo que más ilusión me hace: NUEVAS SECCIONES.

Éstas han sido muy pensadas y estoy ansiosa de que las conozcas. Podrás ir encontrándolas, según las vaya estrenando con las entradas, en la barra de inicio de arriba en la que, de momento, puedes ver la de Relatos Originales. Pero voy a ser buena y aquí un pequeño adelanto con sus nombres, para que vayas pensando de qué pueden ir...



↠El Horno está para Magdalenas

↠Abogada del villano

↠Con Olympia y a lo loco
¿Te atreves a decirme de qué pueden tratar?
code by EMME

jueves, 9 de julio de 2020

God’s gonna cut you down

Prompt:

Piensa en un mundo en el que las personas no pudieran tener contacto físico en público.

Miriam era hija de los tiempos en los que el frío se sentía por la distancia. La piel de su guante era la que tenía el privilegio de tocar la cara del rey grabada en la moneda que ordenaría el cambio de canción, sin embargo, nunca llegó a introducirla en la ranura para que otro nuevo himno fuera entonado. Dando un último toque a la máquina de tocadiscos, dejó que Johnny Cash siguiera diciendo que “God’s gonna cut you down” al tiempo que volvía a ocupar su taburete frente a la barra.

Con el brazo apoyado, comenzó a tamborilear los dedos sobre la superficie de madera, cuando una gota comenzó a caer por el vaso, haciendo que la rubia pareciera que llorara. Negó con la cabeza, borrando con rapidez aquella lágrima, y dio un largo trago hasta que sintió la totalidad de la cerveza asentarse en su estómago. Fue cuando descubrió la sonrisa amarilla del camarero bajo aquel bigote encerado de puntas afiladas que miraban hacia el techo.

—¿Otra? —se acercó a ella.

—Por favor —dijo en tono casi suplicante.

El recipiente había dibujado un aura de agua alrededor de una astilla que sobresalía entre las vetas de la barra. Fue un llamado de ángeles. Dobló sus dedos bajo la tela y eligió el pulgar para jugar con el pequeño trozo de madera. El guante le impedía notar su verdadera textura, el pinzamiento en su yema en caso de que siguiera apretando.

Miró a su alrededor sin dejar que su dedo parase aquella danza. El bar parecía un oasis en mitad del desierto que era la ley ya que, observase donde observase, ahí estaba: la piel con piel. El choque de manos entre dos amigos ante una buena jugada en la mesa de billar, el roce de dedos del camarero tendiendo la vuelta a otro cliente e incluso la pareja besándose. Miriam aspiró el aroma y pensó que así debía oler el cielo, a esa mezcla de colonias fuertes, alcohol, tabaco y al del sexo que llegaba desde los baños. En definitiva, al de personas compartiendo emociones mediante sensaciones físicas en un espacio tan pequeño como era aquel. El olor a humanidad que tanto había oído criticar a sus padres cuando era niña era su favorito.

¿Qué malo tendría acercarse al tipo que no paraba de mirarla desde que había entrado, charlar, bailar y acabar con él entre las sábanas de su cama, o mejor aún, sin tener que esperar tanto, e ir al asiento trasero de su coche, finalizando así una noche perfecta?

Una jarra nueva le hizo mirar al asiento vacío junto a ella. Ni siquiera era capaz de poder quitarse la prenda que cubría sus manos en un entorno donde a nadie le importaba contagiarse o asumir riegos peores, como el de ser atrapados y castigados por las autoridades. De hecho, nunca más había expuesto su piel frente a otros desde que todo cambió para siempre en aquel escenario tan parecido al de ahora.

La astilla comenzó a bailar a un ritmo frenético con su pulgar.

Porque había sido en un bar como ese, hacía ya dos años. Quizás no en uno que pareciera estar a punto de ser engullido por la suciedad acumulada como le ocurría al de ahora, pero uno donde también había habido buena música, una bóveda de humo de tabaco cubriendo sus cabezas y luces de neón. Recordó la forma de sus labios dibujando la sombra de una sonrisa que prometía muchas cosas, cómo había envidiado a los dardos cuando los agarró y ajustó entre sus dedos más grandes y largos, la buena puntería y, al final, la apuesta de un beso si la ganaba. La adrenalina por la expectación de lo buena que podría haber sido esa noche le hizo ignorar al televisor puesto de fondo con el presentador anunciando las cuantiosas recompensas que habría a quién señalara a aquellos que osaran a tener contacto físico.

Pues la enfermedad había seguido abriéndose paso pese a los intentos de contenerla, hasta que llegó el día en el que descubrieron que se contagiaba a través de los poros de la piel y que, por tanto, cualquier tipo de roce que implicara una conexión física directa, quedaba prohibido. Así fue cómo habían dejado aún más solos a los que sobrevivían en aquel extraño mundo.

Y porque siempre habrá anhelos que necesitan ser aplacados, muchos comenzaron a jugar a una ruleta rusa en la que la bala que los podría matar se convirtió en el órgano que ya no protegería más a sus cuerpos. Miriam estaba entre ellos. Y él.

Habían pasado dos años desde que ella había perdido la apuesta y se encontraba perdida en este otro local. Un tiempo en el que no había podido volver a estar con alguien y, casi, lo sentía más por las esperanzas hambrientas del hombre que no la quitaba ojo que por ella misma. Ya había jugado a su propia ruleta rusa donde la bala fueron otros labios que salieron disparados hasta dar con los de Miriam. Un beso que había sido suficiente para dar inicio al paso del cuerpo a la mente, y aunque quiso mucho más, nunca llegaron a alcanzar la noche juntos.

Ahora, sentada frente a la cerveza solitaria, sintió como un nudo en su garganta fue expandiéndose, provocando que su mentón temblara como si allí estuviera sucediendo un terremoto. Las lágrimas picaban en sus ojos. La danza paró y su pulgar buscó algo más. Sentir algo que no fuera un eco, un mero recuerdo; algo intenso como… Aquel beso. La astilla atravesó el cuero y rompió las hileras de su huella. Un punto fue creciendo ahí donde la sangre coloreaba la tela de su guante.

La llamada de una mujer que los vio buscarse el uno al otro en la calle, trajo consigo a la policía y los persiguieron hasta que no hubo otra salida que la de separarse. La última imagen de él que captaron sus retinas fue la de su figura haciéndose cada vez más pequeña en el espejo del retrovisor mientras era rodeada por destellos rojos y azules. Y hasta aquel día podía seguir escuchando sus palabras de despedida: “Mantente a salvo, escondida. No me busques, no me llames.”

—No me llames —repitió susurrando, pero sabía su número de memoria y estaba brillando en su mente como la luz de los neones que les habían rodeado entonces.

La rubia quedó intacta sobre la barra con un billete reposando a su lado. Abrió la puerta del bar y cerró la del coche. Los árboles pronto corrieron a su lado junto a las estrellas hasta que una cabina de teléfono fue iluminada por los faros. Porque quizás, en esa noche, cuando se quitara los guantes y sintiera el relieve de las teclas en sus dedos hasta marcar los números que continuaban en su mente, gracias a la moneda que dejó advirtiendo a Johnny Cash sobre los “God’s gonna cut you down”, la efigie de su rey podría hacer que, en ese día del presente, el himno nuevo entonado fuera el de su voz.

Un tono, dos tonos, tres…
Emme's Codes

Muchísimas gracias a Esteban Vázquez por haber plasmado el espíritu del relato en la ilustración que puedes ver más arriba. Síguele en Twitter para ver más obras suyas dando click ↠ aquí ↞.

Jane Doe

viernes, 10 de abril de 2020

¿A las ocho?

Prompt:

Cuarentena

Giró sobre sobre su cuerpo, provocando que los muelles de la cama vieja se quejaran. Miró a la cara al rostro más humano que sus ojos habían visto en semanas, si es que podía considerarse humana una gota de gotelé que se hallaba cerca de la esquina. “La Llorona”, le había bautizado en pensamientos, con sus formas picassianas, siendo el único consuelo que le ofrecía ver que había alguien, aunque fuera una mota en la pared, tuviera una cara peor de la que suponía que podría tener él.

La luz de la farola hacía rato que se había convertido en la invitada no deseada que, a través de las ranuras de la persiana mal cerrada, se colaba en la estancia. Su mente intentaba recordar cuántos días habían pasado desde que no salía de casa, convirtiéndose en una cuenta difícil de seguir porque apenas si podía diferenciar cuándo era de día y cuándo era de noche. Dormía cuando estaba cansado, dormía cuando estaba cansado de estar cansado y dormía por aburrimiento.

Solo se levantaba cuando su cuerpo se convertía en el traidor que le obligaba a ir al baño, o a por comida. A veces, valoraba la tentación de no moverse y esperar a que la vieja amiga con guadaña viniera a por él con la promesa de regalarle el que se le antojaba el mejor de los consuelos, o de crear, en sus sábanas, un collage de manchas de colores con sus propios fluidos corporales... No importaría mucho, de hecho, el olor con el que estaban impregnadas era ya suficiente mancillamiento y, se había convertido en tal presencia, que gobernaba más que la suya propia en el espacio que conformaba su dormitorio.

Había instantes en los que agradecía que fuera su propia peste el ancla que le sostenía en la deriva del mar que eran sus pensamientos. Así era cómo le gustaba imaginárselos: como olas que nacían en la alta mar como un susurro apenas notado y que crecían y crecían. Él era la isla, la pared del acantilado, y ellas al final le encontraban estallando contra él en un grito embravecido de espuma blanca, golpeando su muro de roca hasta que llegara el día que lo derribaran y su espíritu no fuera más que un recuerdo perdido. La psicóloga le había dicho que buscara algo a lo que aferrarse cuando sus recuerdos le encontraran como las olas al acantilado, cuando cada tic tac del reloj le ofrecía una imagen que arrancaría de su memoria con sus propias manos si pudiera.

Su amigo…

Edu…

Nunca hubiera imaginado que el minutero hiciera más ruido que el de las armas siendo disparadas, los llantos desesperados o el de una bomba estallando.

No, jamás habría un sonido como ése último. Ese eco jamás dejaría de taladrarle los tímpanos, como si siguiera ocurriendo cada segundo de su miserable existencia. Como si Edu desapareciera y apareciera una y otra vez. Como si muriera en una espiral que caía y volvía desde el infinito.

Había escuchado decir a su jefe que la imagen de la muerte de su compañero y mejor amigo había quedado grabada en su cámara. Y Juan dijo que esa secuencia la habían sacado en el telediario, pero recortando el final de la cinta. Vomitó hasta la primera papilla cuando se enteró. “¡Hijos de puta!” pensó “¿¡Cómo han podido utilizar los últimos segundos de vida de Edu por unos puntos de share!?” 

Y desde entonces, no quería saber nada del ser humano. ¡Qué se pudriera si así era preciso! Él convertiría su lecho en el de su muerte y, con suerte, caería en el olvido y nadie haría un lamento falso por él.

Volviéndose a girar en su cama, apartó la mirada de la Llorona antes de echar un último vistazo al techo. Cerró los ojos, secos de lágrimas, y comenzó a pedir porque su alma se despegara de su cuerpo cuando consiguiera dormirse.

Silencio.

Estalla.

Las balas que precedieron a la bomba vuelven a llegar a él y otra vez estaba en Siria, en aquel infierno sobre la tierra. Sin embargo, su oído comenzó a agudizarse y la espalda volvió a sentir el colchón blando bajo ella. Aquello no eran disparos. Eran… ¿aplausos?

Se levantó como un resorte, reuniendo toda la energía que creía en un coma profundo para salir del dormitorio y dirigirse al salón. El frío mordía las plantas de sus pies descalzos, pero lo ignoró, como así también hizo con la estela de motas de polvo que se abrían a su paso para luego volver a flotar tranquilas en el aire similar al de una tormenta que ya había pasado. El televisor que recogía los fotogramas que él antes grababa, reflejó su silueta bajo aquella capa que hacía que el gris fuera el nuevo negro, haciendo que su cuerpo se desfigurara en el recuadro de 65 pulgadas. Había sido como un rayo, visto y no visto, como el fantasma de esos programas frikis que no ha podido ser grabado, pero sí sentido. Y es cuando la piel sudorosa de su mano tocó la manilla de la puerta de la terraza, que escuchó:

—¡Vamos! ¡Juntos podemos!

Instintivamente, ese muro de defensa que había levantado, volvió a erigirse más fuerte, aprisionándole, empujando para que huyera por una voz que no conocía y que era una amenaza, pero la rabia que sentía porque alguien le hubiera hecho volver a sentirse en territorio hostil le quemaba los pulmones y, por qué no, quería descargar su furia y frustración.

El aire gélido de la calle le dio la bienvenida cuando vio a una chica en la terraza de enfrente aplaudiendo como si no hubiera un mañana. Debía ser la que utilizaba la cuerda del tendero que salía desde el bajo de la ventana de su cocina y que él nunca usaba. De hecho, nunca había prestado demasiada atención a aquella vecina porque solía viajar tanto por su trabajo como reportero gráfico que, incluso, siete años después de mudarse, cada vez que se cruzaba con alguien en su bloque, le preguntaba si era nuevo en la urbanización.

El pensamiento de “bueno, parece que no soy el único loco” que pasó por su cabeza se vio interrumpido cuando la vecina percibió su presencia.

—¡Pero aplaude, hombre! —le instó con una sonrisa mientras ella continuaba haciéndolo como una posesa-. ¡Vamos que se puede! —gritó.

Y él, como un pasmarote que no entendía nada, pero contagiado por su espíritu enérgico, de repente, chocó sus manos una vez, dos, tres veces… hasta que entonces, también estaba aplaudiendo.

—Esto… —volver a poner en funcionamiento sus cuerdas vocales tras el desuso, era como volver a arrancar un coche que llevaba mucho tiempo parado—. ¿Qué estamos haciendo?

La chica le volvió a mirar como si de repente hubiera visto a un extraterrestre.

—¿No te has enterado? —dijo ladeando su cabeza y arrugando la nariz—. Homenajear a los médicos, los policías, los que trabajan en la limpieza, los reporteros… Ya sabes —se encogió de hombros para luego llevarse dos dedos a la boca y comenzar a silbar.

—¿Reporteros? —dijo dándose por aludido ante la alarma que había despertado esa palabra en él—. ¿Qué ha pasado?, ¿estamos en guerra? —intentó no sonar muy alterado.

—No sabía que la casa frente a la mía era una cueva. ¿No me digas que eres de esos anti tecnología? —rio jovialmente—. El coronavirus, ¿qué va a ser si no?

—¿El corona-qué? —se encontró incapaz de pronunciar aquella nueva palabra en su propio diccionario.

Si la chica pensó que era un loco, agradeció ínfimamente que lo disimulara y no le tratara como al paciente del expediente nº 8452 que necesitaba medicación para digerir que su mejor amigo había muerto frente a su objetivo y que él salió vivo sin apenas un rasguño.

—El virus que está dando tanta guerra —al solo obtener silencio de su parte, continuó—. La pandemia que ha sido declarada —“Dios santo, ¿tanto se había perdido?”—. Así que ahora, hay que salir todos los días a las ocho para aplaudir por todos los que están luchando ahí fuera, mientras el resto de los mortales nos quedamos confinados en casa por orden del presi —negó con la cabeza—. Madre mía, me siento como una verdadera inútil no pudiendo hacer más que quedarme aquí… ¿No te pasa?

Tragó saliva y notó como los ojos escocían porque no es que se sintiera como un verdadero inútil, sino que sabía que lo era. No pudo evitar la muerte de Edu y en el laberinto de su autoflagelación y odio a sí mismo, se había perdido lo que estaba sucediendo.

—Sí… —pronunció esa única palabra como la que recogía todo lo que pasaba por su cabeza.

La chica se apoyó en la barandilla y le estudió por un rato que se le antojó interminable.

—Mañana voy a salir al super a comprar lo necesario —comentó al fin. Ante el alzamiento de su ceja, volvió a hablar—. Es para lo poco que podemos salir. Si necesitas algo…

—No, yo estoy bien —aclaró rápidamente.

Lo último que le apetecía era deber favores, o que alguien tuviera la empatía suficiente como para tener un detalle como ese cuando hasta hacía un rato había deseado la muerte a todos los de su especie. ¡Curiosa paradoja entonces que hubiera una pandemia!

—Genial —respondió ella enderánzose y mirando a un punto indefinido en la nada—. Sé que cuando cuentan aquello de lo de “la vecina de al lado que va a pedirte sal” parece otra cosa, pero bueno… —volvió a mirarlo y suspiró—. Aquí estoy yo para bajar todo erotismo de una —rió de repente de algún chiste que él se había perdido—. ¿No te sobrará algún rollo de papel higiénico?

—¿Qué? —exclamó anonadado por la clase de pregunta que era esa.

—¿Te puedes creer que en el fin del mundo es lo primero con lo que ha arramplado la gente? —había un tono divertido en su voz que no lograba disfrazar la indignación—. Voy a denunciar a Hollywood por haberme creado otras expectativas.

Y un sonido, que ya no recodaba, resonó. Era una carcajada. Su carcajada. Había creído que ya no podría reír nunca más y, sin embargo… Lo había hecho.

—Creo que por ahí tengo alguno —anunció cuando el shock había pasado para alivio de la vecina que pareció que había dejado de soportar un peso enorme sobre sus hombros.

Cuando se volvió para entrar a casa y coger un par de rollos, aquel simple hecho se convirtió en una nueva misión que le mantuvo tan concentrado y con tanto propósito, que apenas si se fijó en el estado en el que se encontraban las baldosas, tanto del suelo como de la pared, del baño. Fue de refilón, antes de salir, que se dio cuenta y pensó que, quizás, al día siguiente podría limpiar un poco el lugar donde se suponía que debía cuidar su higiene.

Al volver al balcón, lanzó la mercancía a la vecina.

—¡Gracias! —dijo sopesándolos para luego guardándoselos bajo el brazo—. Eres mi nuevo superhéroe.

—¿Superhéroe? —repitió.

Porque de todas las cosas, la última que esperaba, era que le llamasen “superhéroe”.

—Por cierto, me llamo Eva—se presentó al tiempo que comenzaba a volverse hacia la puerta abierta de su terraza.

—Yo Sebas.

—Encantada, Sebas —sonrió—. ¿Quedamos mañana a las ocho?
Emme's Codes
Jane Doe

sábado, 14 de marzo de 2020

Netflix

ESCRIBE UN MICRORRELATO
Y así es como el océano mece su cuerpo, cuando el azul de su mirada se ha unido con el del cielo.

Sus cuerdas vocales aún emiten una ligera vibración que busca crear el hechizo; ése que antaño había atraído a tantos hombres. Incluso algunos habían vivido una odisea por ella. Ahora, ninguno la escucha, ni uno navega con su barco pasando cerca de su casa.

Sin pensar en su desgracia, se pregunta si es verdad que el nuevo amor que ya nunca conocerá está engordando mientras ve Netflix, o si es una pantalla pequeña entre sus manos la que le ha quitado todo su deseo.

Y cuando la noche llega y apaga el brillo de sus escamas, las olas intentan devolverla a su hogar.

Ya es tarde.

Nunca sabrá que el amor que la ha maldecido, por fin, la conoce viendo por primera vez su imagen entre capítulo y capítulo de su serie favorita.


El telediario comienza: “Hito histórico: Una sirena auténtica ha sido hallada muerta en la playa.


  Relato a iniciativa del siguiente tweet:

        
Emme's Codes
Jane Doe

domingo, 10 de noviembre de 2019

The Rise of Skywalker: Análisis del trailer

El tráiler de los guiños
¡Ya llegó! ¡Ya está aquí! Ya lo hemos visto... ¿Cuántas veces?
Es… ¡El tráiler de The Rise of Skywalker

¿Te acuerdas cuando todos estábamos pendientes el 14 de octubre porque creíamos que iba a ser el día de su lanzamiento? ¡Qué inocencia la nuestra! Resulta que al final lo pudimos disfrutar el día 21 y, aunque nos hicieran esperar una semana más, realmente fue la fecha idónea porque así coincidió con el cumpleaños de nuestra amada Carrie Fisher, la princesa Leia. Un precioso homenaje que no se quedó ahí, ya que en el póster oficial que también lanzaron ese día, vemos su nombre encabezando el reparto: 


¿Fuiste de los que se quedaron despiertos hasta las 4 de la mañana?, ¿o te pusiste el despertador a esa hora? O, por el contrario ¿te esperaste al día siguiente? ¡Déjamelo saber en los comentarios

Te confieso que fui de las que se fue a dormir para… ¡verlo a las 4 de la mañana! Aún sabiendo el riesgo real que corría de pasar el día siguiente como un zombi (cosa que fue así), avisé a mutuals como @ILFausto y @DarkSanti97 para que me despertaran y, por si acaso, aparte yo misma me puse el despertador a esa hora. Todo método fue poco para asegurarme de ver en directo el último tráiler de la última película de la saga de los Skywalker. La ocasión merecía la pena, aunque tuve que pasarme la madrugada de aquel lunes viendo durante más de media hora fútbol americano del que no me enteré de nada porque más bien había un partido entre anuncios. Además no hacían otra cosa que colocarse, correr tres metros y volverse a colocar sin que pasara nada (aquí es cuando ves que la películas de Hollywood nos engañan como a tontos)… hasta que al final los presentadores de turno, y que serán muy conocidos en su casa, anunciaron literalmente “aquí tenéis lo que estabais esperando.” 

 Pues sí… ¡El tráiler

¡Comencemos a darle a las teclas!

He de admitir que esperaba que el inicio fuera el sonido de una respiración agitada de Kylo Ren o Ben Solo, porque en los anteriores tráilers y teasers del Despertar de la Fuerza y The Last Jedi así comenzaron con Finn y Rey respectivamente. No en vano, ellos son la Sagrada Trinidad de esta trilogía. Su presentación, de hecho, fue llevando esas máscaras que esconden lo que  son hasta que caen según va avanzando la trama y se descubre cuáles son sus verdaderas naturalezas.



Rompieron con esta pequeñatradición respiratoriapero manteniéndola de alguna manera ya que lo primero que nuestros sentidos perciben es larespiraciónde este nuevo planeta selvático con el sonido de sus animales y plantas exóticas meciéndose. Al parecer, de manera extraoficial, se sabe que el nombre de este lugar esAjan Klossy que, muy presumiblemente,será la nueva base de la Resistencia.


¡Qué levante la mano quién se asustó ante el ruido del objeto de arriba caer! Y es que no es cualquier cosa. Se trata, nada más y nada menos, que de un casco de entrenamiento jedi que está usando la propia Rey junto a una bola también de entrenamiento en un claro guiño al Episodio IV: Una Nueva Esperanza.

Rey corre, esquiva y salta mientras surge para acompañar a sus acciones la voz en off de Finn.


Es una intuición… Una sensación… La Fuerza nos ha reunido.
La referencia es clara: un mensaje que nos está hablando de los protagonistas y de todo aquel que pertenece a la Resistencia y que va a luchar para poner fin a los abusos y corrupciones de la Primera Orden. Pero también, hay que ver el trasfondo de estas palabras y ver a qué imágenes acompañan porque aquí viene un guiño (los cuáles no voy a ir enumerando en un tráiler que lo podríamos denominar el tráiler de los guiños por la cantidad de ellos que hay). Tras ese salto que da Rey, comenzando en esta selva, acaba aterrizando en lo que parecer ser las ruinas de la Estrella Muerte en un contexto muy parecido al que ya vimos en The Force Awakens cuando conocimos a la chatarrera.

En el tráiler de los guiños hay guiños también hasta para propias secuelas.


Yo diría que este mensaje de Finn lo han puesto para señalar todo lo que ha tenido que vivir Rey en su pasado, los pasos que ha tenido que dar para estar preparada y enfrentarse a lo que le espera en el Episodio IX. Porque para hablar de la Resistencia y su gente ya tenemos a Poe, que muy conveniente, junto a su frase, aparecen esos fotogramas por sus miembros.


Gracias a la fuerza del acto final de Luke en The Last Jedi, éste ha llegado a inspirar y calar a toda la galaxia y ya no están tan solos como parecía ante la poderosa Primera Orden. A la llamada de Leia ha acudido el mismísimo Lando que se sitúa en el centro de la reunión. Otra que vuelve, si nos fijamos bien a la derecha de la imagen, es Maz Kanata, acompañada de otras caras amigas como las de Poe, Finn, C3PO ¡e incluso el famoso Klaus al que solo se le ve un poco al fondo!


Tras la reunión aparecen otros miembros importantes: Rose, la almirante Connix y el personaje de Dominic Monaghan, cuyo papel aún es un misterio aunque parece que será algún tipo de general de la Resistencia. Me es curioso porque se ve cómo están rodeados de un cierto caos (quién dice cierto, dice bastante gordo), así que me hace pensar que la nueva base va a sufrir un ataque en el que, mi apuesta personal y arriesgada, Leia morirá. El ver lo que parece la Corbeta Coreliana de Leia (hey, nuevo guiño esta vez para la trilogía original) despegando para abandonar el planeta no hace más que ratificar mi teoría al poder simbolizar la partida de Leia de este mundo


A partir de aquí es cuando el asunto comienza a ponerse interesante... 

—Todos dicen que me conocen. No me conoce nadie —Rey.

—Pero yo sí —Kylo.
¿Se puede tener una entrada más espectacular? ¿Confirmamos que Kylo Ren es un dramático de la vida? Confirmamos.


Ambos personajes, rodeados de agua, aparecen sobre las ruinas de la Estrella de la Muerte antes de enfrentarse en duelo. O eso parece. No dudo de que estos dos se vayan a enfrentar porque tienen mucho que reprocharse y, como niños, no parece que puedan hacerlo con palabras, sino a sablazos. Pero una vez más, hay que ver las palabras y las imágenes, porque ni el diálogo refleja pelea y el mismo Kylo que aparece bajando su arma en vez de prepararse para atacar o defenderse. Estos dos van a dar que hablar y mucho, y aquí estaré para comentarlo jojojo.

Tras ello, viene el momento más wtf del tráiler, o al menos para mí.


¿Qué estamos viendo?, ¿un iceberg?, ¿un planeta con forma de iceberg?, ¿el Titanic? Me descuadra muchísimo porque mi imaginación vuela y sólo me faltaría ver a Palpatine diciendo “píntame como a una de tus chicas francesas.” 

Dejando a un margen si es un planeta o un lugar en un planeta o... parece que es la base oculta donde Palpatine ha estado reconstruyendo y escondiendo su ejército. Hay Tie-Fighters y también una de las imágenes más espectaculares: un Destructor emergiendo del hielo.


¡Qué poderío madre mía! Palpatine no se anda con chiquitas.

Por otro lado, junto a estas imágenes de lo que llamaré el Iceberg, aparece un trono primo hermano del de Hierro. El hecho de que salga en un orden que está entre el Iceberg y el Destructor es un claro mensaje de que nos quieren hacer llegar sobre lo que estamos viendo pertenece al Emperador y no a la Primera Orden. Ojo con esto porque creo que la diferencia va a ser clave en la película. Aunque considero que el trono no está en el Iceberg, si no en una de las Estrellas del a Muerte. Su curiosa forma, a pesar de que haya hecho la broma con Juego de Tronos, es porque se trata de otro homenaje al ser es uno de los primeros bocetos para El Retorno del Jedi en 1981.


En concreto, este diseño pertenece a Ralph McQuarrie. J.J. Abrahams no nos engañaba cuando dijo que esta película unificaría a todas las demás, incluso añadiendo ideas que se barajaron pero que finalmente no vimos en los metrajes definitivos. Gracias por estos detalles no solo para con los fans, sino para la gente que ha trabajado con todo su amor en esta historia y por la que hoy en día tenemos lo que tenemos.

¡Al loro con las palabritas de Don Emperador! (si el hombre está bajo el agua y se llama así… ¿Es un pez espada?)

He esperado mucho tiempo… Y ahora, vuestra llegada conjunta será vuestra perdición. 
¡Me encanta! Porque esta frase se puede extrapolar a tantas situaciones que se van a dar que me parece mágico como unas simples palabras pueden describir tantas tramas diferentes. Podemos coger esta frase y ponerla sobre la imagen anterior de la reunión de la Resistencia y pega. La podemos coger de nuevo y, como hacen en el tráiler, ponerla sobre esa Rey, Chewbacca, Finn, Poe y C3PO y lo describe a la perfección. O podemos usarla como preludio de lo que van a tener que hacer Rey y Kylo, por mucho que seguidamente nos pongan una imagen de los dos peleando. ¡Ay, que a nosotros ya no nos engañáis con estos dos!


Aparecen más escenas en las que no me voy a detener mucho porque una vez más observamos el poder del ejército del Emperador (nuevo guiño a The Force Awakens porque lo que explota parece un ¿planeta?) y Rey en un cacharro que no se ve muy moderno (más guiños, esta vez a la Batalla de Crait en The Last Jedi) yendo a la Estrella de la Muerte.

Es importantísimo ver como en la Resistencia ya no son cuatro gatos. Son tantos que hasta no se no ve el cielo porque está ocupado por tantas y tantas naves que han acudido a la llamada de la general Leia.


Te dejo un link al hilo de mi maestro y amigo @DarkSanti97 dónde analiza con más detalle qué naves son las que podemos ver, pues no son desconocidas. Como yo aquí me pierdo un poco, os dejo al experto. Pincha aquí para verlo. 

Y ahora me quiero parar porque para mí viene El Momento del Tráiler; el que hizo que mi humilde patata se detuviera, que provocó que mis lágrimas se cayeran muy traicioneramente. Y es que el parón que hace una música, que hasta el momento nos mantenía en un estado de incertidumbre para acompañar a esas expectativas de lo que estábamos por ver, de repente se silencia para darnos el aviso: ahora os vamos a destrozar la vida. Pues mira, . Nos encontramos por primera vez al famoso Babu Frik (que yo apostaba que era el que arreglaba el casco a Kylo por esas pequeñas manitas peludas que parecían coincidir con las que se que se ven ensamblando las piezas de la máscara), trastocando los cables de C3PO. Muy listos los de Lucasfilm que ya nos hicieron un pequeño spoiler días antes al presentarnos sus muñecos juntos, aunque yo pensara que era para enseñar la diferencia de tamaño y no porque estuvieran relacionados entre sí.


No es el único nuevo personaje que vemos sino que, junto a BB-8, aparece el nuevo droide, D-0 y la cazarrecompensas Zorii Bliss interpretada por Keri Russell. Como este post está libre de leaks, me ahorraré el papel que parece que desempeñarán los dos.

Pero volviendo al momento (aunque no puedo dejar de comentar que Rey, Finn y Poe van conjuntaditos con los mismos abrigos como buenos niños de la Resistencia que son) está tan cargado de significado... He de admitir que estoy sorprendida que lo más emotivo del tráiler corra a cargo de C3PO porque no es un personaje al que le tenga mucho aprecio, aunque tampoco le odio al pobre, las cosas como son. Es solo que, a veces, tiene ese punto tan quisquilloso que me agota la paciencia. Y eso por no hablar que soy totalmente pro R2D2, que siempre sufro por él y espero que no me lo toquen porque sino en Lucasfilm van a tener un problema (avisados quedan desde aquí). Pero el hecho de que tengamos a un personaje del que no olvidemos que borraron la memoria en el Episodio III; de alguna manera,si querían relacionar las tres trilogías, no podían dejar ese trozo de pastel tan suculento a nivel de guión sin explotar.


La mayoría opina que esta frase es pronunciada porque C3PO se está despidiendo de los amigos que tiene frente a él antes de que le modifiquen los circuitos en lo que parece un borrado de memoria o acceso a recuerdos que estaban ahí olvidados. Sin embargo, mi apuesta es otra.

No puedo dejar de pensar que esta frase tiene otros destinatarios. De alguna manera siento, o me da la sensación, que C3PO, aunque contestando a Poe, no está observando solamente a los nuevos protagonistas, sino que en su mirada interna, es decir, en sus recuerdos, está viendo a los que fueron sus primeros amigos: Anakin, Padme y Obi-Wan. ¿Entiendes ahora el simbolismo y el posible significado de este instante?, ¿por qué es tan emocionante? Y arriesgada que es una, diré que el momento que C3PO está viendo en concreto es la Batalla de Geonosis que ocurre en el Episodio II: La Amenaza Fantasma.


Retrocedamos hasta esta película. Aquí el trío de las precuelas está apunto de ser ejecutado frente a el soberano de Geonosis, el Conde Dooku y Jango Fett, muy al estilo coliseo romano. De ahí vendría el “echar un último vistazo, señor, a mis amigos” porque cuando parece que finalmente van a morir, C3PO aparece de aquella manera por las cosas que sólo le pasan a él: con el cuerpo de un droide de combate bajo su cabeza y viceversa, sacándole totalmente de su programación. Y esto, pese a que pienses que puede estar cogido con pinzas, fíjate bien en cómo ya hemos visto a nuestro androide más dorado:


C3PO despierta con unos ojos rojos a lo sith en el teaser lanzado hace unos meses, prueba de ese cambio en su programación de servir a la de... destruir. Por no hablar que ya le vimos portando las armas de Chewbacca en aquel póster filtrado. Y aún cobra más sentido si nos fijamos qué hay en el fondo de la estancia: un droide B1 como el que, por un momento, fue “poseído” en la mencionada película.


Antes de seguir avanzando con el análisis, quisiera añadir una última cosita que ocurre aquí porque mira a quiénes enfocan cuando C3PO termina su frase: a los otros dos personajes que nos quedan de la trilogía original: R2D2 y Chewbacca. Menuda manera tan sútil pero efectiva de otorgar presencia al espectador y hacernos cómplices de una despedida que va dirigida también con estas palabras a los que estuvieron ahí, desde 1977. Esto es Star Wars señoras y señores.

Ok, y ahora es el momento de tomarse un descanso. Ve al baño, a refrescarte con una bebida o pillar algo de comer, que yo vuelvo después de los anuncios…


Y tras el momento emotivo de C3PO... ¡Volvemos

Como también lo hace la música, que durante toda la anterior escena ha estado muy calladita, más bien susurrando para dar todo el protagonismo a la emoción, pero ahora explota con todo lo épica que puede ser con esa rearmonización de la banda sonora que se han marcado. Acompañada y sin darnos tiempo a recuperarnos del mazazo anterior, los letreros nos anuncian que estamos ante el final de una saga. Es entonces cuando pasan muchas tomas de manera tan rápida, siguiendo ese ritmo de ascenso, que apenas da tiempo a asimilar.

De primeras nos encontramos con un cuadro que si me dicen que corresponde al Episodio IV cuando Luke, Chewie y Han van a rescatar a la princesa Leia, me lo creo. Pero es que no es a ellos a los que vemos, sino a Poe, Finn y Chewie. Otro guiño.


A estas alturas ya tenemos asumido que las casualidades no existen y menos con Star Wars. Nos ponen precisamente esta similitud porque seguidamente nos encontramos ante la única imagen de la princesa que fue salvada años atrás: Leia. Yo pongo la mano en el fuego porque este será el único momento en el que la veamos en The Rise of Skywalker. Además, se sabe que corresponde a una despedida entre ella y Rey antes de que ésta última abandone D'Qar para ir en búsqueda de Luke en El Despertar de la Fuerza, por lo que aquí también se tratará de un adiós. Y tampoco es coincidencia que justo suceda en el planeta selvático, reafirmando la teoría que he comentado al inicio de este post sobre la muerte de nuestra princesa.

Y aquí comenzamos a escuchar la voz de Qui-Go… digo ¡Luke!

Enfrentarse al miedo es el destino de un jedi.
Es lo que dice precisamente el mejor jedi de todos los tiempos, pese a que muchos sean los que digan que “ese no es mi Lucas Trotacielos”. Unas palabras que se ilustran con el primer plano de Rey abrazando a Leia, la primera de todos que va a tener que enfrentarse al miedo (recordemos al teaser con esa Dark!Rey y las imágenes de este mismo que vienen después). Siguen planos de BB-8, Finn y Lando. Retratos que me llaman mucho la atención por la contraposición que supone ver a esa Rey emocionada, llorando y en cambio a Finn y Lando celebrando, riendo. Una manera absolutamente emocional de mostrar que al miedo, como dice Luke, hay que enfrentarlo, pero desde la alegría, con valentía, porque sin miedos un@ va a encontrarse con la victoria de conseguir todo lo bueno, de todo lo que ha de ser,  y que se se transforma en este trailer en la carga de orbaks sobre los destructores.


¿¡Puede haber algo más épico!? Tiembla batalla final de Endgame. Y encima hay que sumarle ese pequeño destello en el que se ve a un Ala-Y disparando contra un destructor en otro guiño-guiño, pues el diseño también se creó por Ralph McQuarrie para la trilogía original.


¡Ayyy! Y ya viene la miguita buena por si ya no habíamos tenido suficiente… Porque a partir de este momento ya se dejan de miradas al pasado, homenajes, guiños... y tenemos lo que está por venir y el futuro de la saga. Las secuelas en estado puro.


Y cómo no quién no quiere la cosa, nos ponen ahí, por cosas de la vida, a Rey y Kylo mirándose el uno al otro en la sala del trono de la Segunda Estrella de la Muerte. Vamos a ver... ¿Hay manera más clara de anunciarnos en nuestra cara que lo que ocurra cuando acabe este último episodio estará en mano de estos dos? Pues , la hay; y es haciendo un nueeeevo guiño a las mismas secuelas, en concreto al Episodio VII. Como ocurría en esta cinta, Finn corre gritando por Rey, tal y cómo se dio… y es la primera vez que lo vas a leer en este humilde blog…. el primer momento… Reylo.


¿Llamará de la misma manera a su amiga porque una vez más se irá con Kylo?

Centrándome un poco más en esta escena, ¿no te resulta llamativo el estado en el que está la sala del trono, independientemente de que sean unas ruinas? Hay muchos objetos, más bien piezas, tiradas por el suelo como si ya hubiera habido ahí una lucha. ¿Será tras haber derrotado a Palpatine?

E hilando fino sobre los objetos y piezas, llegamos al trocito del tráiler que a mí me deja más descolocada:


¿Qué estamos viendo? ¿Qué lugar es ese? Leí una teoría (que no leak) sobre esa sala blanca. Al parecer, pudiera ser un espacio en el que las conciencias de ambos, a través de su conexión por Skype, convergen. Vamos, una especie de Habitación Roja en Twin Peaks o incluso ese Inframundo del mito de Perséfone y Hades que tan relacionado está con Rey y Kylo.

Aunque parezca extraño, esto último tendría mucho sentido ya que están destruyendo lo que parece ser el casco de Vader, en otro de los tantos simbolismos que tiene Star Wars. Acabar con este Santo Grial del Mal es la llave para que abandonar los infiernos y volver a la primavera (como hace Perséfone). Y es que es muy curioso porque aunque parezca que son los dos destruyendo semejante icono, si nos fijamos bien, es en realidad Rey quién lo hace, no Kylo.

Que el nieto de Anakin Skywalker aquí lleve su propio casco es toda una declaración porque es la señal que nos indica a quién estamos viendo en esa propia dualidad que tiene el personaje: si a Ben o al maestro de los Caballeros de Ren. En este caso, es Kylo; en esa forma que encarna a Hades y que, pese a no ser partícipe de la destrucción de la máscara de su abuelo, parece dejar que sí lo haga Rey, concediendo el permiso como el que el dios griego dio a su mujer para dejar el Inframundo. Un permiso que, en este caso, puede abrirle las puertas también para él.


La daga que porta Rey es un tema en el que no me voy a meter porque no se sabe nada de ella oficialmente, aunque los leaks hablan mucho sobre ella, pero como no estoy incluyendo nada sobre ellos, sólo apuntaré que no te olvides de esta arma y de la importancia que pueda tener.

Tras esto, tenemos un breve primer plano del Stormpilot que yo desde aquí pido casamiento YA. Y más momentos de batalla épica que a ver cómo lo va a aguantar nuestro cuerpo en el cine y… ¡Ben!


Lo sabemos porque está sin casco. Parece que es la sala del trono donde está Palpatine porque esos rayos que iluminan por centésimas de segundo son iguales a los que aparecen en el mismo momento en el que Rey está dando pasitos atrás ante la presencia del mismísimo… EMPERADOR.

¿Y cómo hace su entrada el querido Palpatine siendo un gurú de la moda en esta galaxia lejana? Como si fuera una thermomix. Sólo espero que la máquina a la que está enchufado también sea digna de pasarela.


Mitad hombre, mitad máquina (por decir mitad y mitad) aparentemente su vida pende de la conexión con la que le sostiene esta tecnología representando esa ausencia del hombre, de su humanidad, en pro de ser algo antinatural y animado, como ya veríamos con Darth Vader o en otros universos como el del Señor de los Anillos; en el que la lucha del bien contra el mal se extiende en otros ingredientes como la eterna guerra entre la naturaleza y la tecnología, siendo la primera una alegoría de la vida y la segunda de la muerte. Un enfrentamiento que, por cierto, también aparecerá en The Rise of Skywalker a través de la base donde se asienta la Resistencia (una selva) y la que parece ser la del Imperio (un desierto de hielo). O los orbaks cabalgando sobre la flota de destructores.

Y llegamos al final del análisis de este tráiler (¡ohhh!) con un primer plano de Rey sujetando el sable azul y mirando a


¡Pues fíjate que no voy a entrar en ese debate de a quién mira o deja de mirar! De hecho, voy a esperar a que tú me lo comentes en los comentarios (valga la redundancia) porque yo aquí lo único que veo es la intención de ponernos a la gran protagonista de esta secuela, la representante de la luz, mirándonos directamente a nosotros, los fans, junto a ese mensaje tan poderoso que también va dirigido para todo aquel que hace Star Wars posible y que pronuncian, en el último guiño, los dos usuarios de la Fuerza más importantes: Luke y Leia.

La Fuerza te acompañará…

Siempre. 
¡Muchas gracias si has llegado hasta aquí! Espero que hayas disfrutado mucho de este exteeeenso análisis y para no enrollarme más (que bastante ya lo he hecho) nos vemos muy, pero que muy, pronto en otro artículo que será tecleado por la Olympia.

Qué la Fuerza te acompañe.
The Rise of Skywalker