Prompt:
Escribe un relato a partir del juguete que más quisiste.
Escribe un relato a partir del juguete que más quisiste.
Había dos niñas en el parque que despertaba por el comienzo de la primavera. A pesar de que este espacio de recreo era abrazado por la altura de las montañas, la nieve derritiéndose lo convertía en un archipiélago con sus caminos de tierra siendo invadidos por el agua. Y más, mucha más agua había. Las gotas que cubrían el verde de los pinos multiplicaban su olor como la recién aprendida tabla del 9. 9x9 es 81, un número tan grande como el impulso que cogían para elevarse más y más alto en los columpios.
Ahí, por supuesto, también estaba el líquido elemento. Una de las pequeñas había sido más precavida al pedirle a su padre el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina, para que el asiento del balancín no le mojara la ropa. A la otra, poco parecía importarle que otros niños pudieran señalarla, riéndose, porque llevase su trasero como si se hubiera hecho pis encima. La primera miraba con asombro a la segunda no solo por eso, sino también por cómo empujaba al aire con toda la fuerza de sus piernas que, cubiertas por leotardos azules, apuntaban más hacia el cielo cada vez que las balanceaba.
—Voy a volar como un pájaro —y dibujó con los labios una sonrisa a la que le faltaba un diente.
Quedándose perpleja, buscó a la madre de su amiga para encontrarla sentada en un banco mientras charlaba con la abuela de Adela la Coneja.
—¿Crees que a Adela le habrá dejado el Ratoncito Pérez un regalo tan grande como sus piños? —preguntó a la vez que intentaba seguir el ritmo de su amiga.
La otra lo consideró por un momento.
—Tiene que caber debajo de la almohada —se encogió de hombros.
—¿El diente o el regalo?
Ambas rieron porque que Adela tuviera los dientes igual de gigantes que los de los conejos que criaba su abuela, parecía tratarse de algo más que una coincidencia.
—Me dijo que no le gustó el regalo y que se lo dio a su abuela —explicó dejando que el columpio se moviera por inercia propia.
—¿Y a ti que te trajo?
—Nada —contestó sin una pizca de enfado o tristeza—. Mi madre habló con el Ratoncito Pérez para decirle que no me trajera ninguna cosa por haberla desobedecido. Además, no encontramos el diente, así que…
Hacía escasos días, en su ímpetu por “volar como un pájaro”, finalmente lo había logrado… olvidándose por completo de la parte en la que tenía que aterrizar. Cayó de boca contra el suelo y lo que sí logró volar de verdad fue su diente, la paleta en concreto, haciéndo que su madre se disgustara muchísimo ya que no había parado de advertirle que no fuera tan bestia. La sangre tiñió de tal manera a la nieve, que la otra niña lloró ante el horror de aquella imagen y también por su amiga que, de hecho, se mostró más preocupada por encontrar su diente para dárselo al Ratoncito Pérez.
—No pasa nada —decía con tranquilidad—. Ya me saldrá otro.
Pusieron fin al rato en los columpios para entonces convertirse en brujas que conjuraban junto a un caldero que no era más que uno de los charcos en el camino principal del parque y, en el que al que tirar hojas, ramitas y piedras era como si fuesen ojos de sapo y patas de rana para conjurar un hechizo. Invocaron al Ratoncito Pérez para que ignorara la prohibición hecha por la madre y dejara un regalo por el diente perdido.
—No creo que traiga aquí nada.
—Sí lo hará porque debía de estar de camino para entregármelo hasta que mi madre lo detuvo por no haberla hecho caso. Seguro que le dijo que no había diente también, así que voy a ir a buscarlo ahora mismo —dijo incorporándose.
—Aquí no vas a encontrar nada —continuó advirtiendo la otra niña con el eco de la voz de un adulto sonando entre aquellas palabras.
—La semana pasada me encontré dos euros —enfurruñada, salió antes de que la volviera a contestar.
Su carrera no acabó aunque las figuras de los otros padres, abuelos y niños adquirieran el tamaño de las hormigas. Y es que era empujada por una verdad como lo era el aire por sus piernas en el columpio: sabía que encontraría su regalo.
Sin saber qué más hacer o a dónde dirigirse, pero con el firme convencimiento como compañero, continuó recorriendo el parque salpicando sus botas de barro en cada charco que cruzaba y escuchando el crujido al pisar la poca nieve que aún se resistía a derretirse. Ignoró el llamado de su amiga y el de su madre, cuya voz a esas alturas atrevesaba las copas de los pinos al gritar que fuera más despacio y no se alejara más.
Pero no se puede pasar por alto el cosquilleo que despierta al cuerpo avisando de que el destino ha comenzado a jugar también, porque dirigiéndose cerca del lugar de donde la abuela de Adela la Coneja se alejaba para volver a casa a seguir cuidando de sus conejos, junto a una papelera había algo extraño al que sol le arrancaba un brillo como si señalara aquí está. Sus pies, por fin, frenaron hasta parar, y su sonrisa sin paleta se vio correspondida por otra a la que no le faltaba ni un diente.
Aquella sonrisa perfecta pertenecía nada más ni nada menos que a un pequeño dinosaurio de color rosa que por vientre tenía a un reloj marcando las horas que había estado esperándola.
Emme's CodesAhí, por supuesto, también estaba el líquido elemento. Una de las pequeñas había sido más precavida al pedirle a su padre el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina, para que el asiento del balancín no le mojara la ropa. A la otra, poco parecía importarle que otros niños pudieran señalarla, riéndose, porque llevase su trasero como si se hubiera hecho pis encima. La primera miraba con asombro a la segunda no solo por eso, sino también por cómo empujaba al aire con toda la fuerza de sus piernas que, cubiertas por leotardos azules, apuntaban más hacia el cielo cada vez que las balanceaba.
—Voy a volar como un pájaro —y dibujó con los labios una sonrisa a la que le faltaba un diente.
Quedándose perpleja, buscó a la madre de su amiga para encontrarla sentada en un banco mientras charlaba con la abuela de Adela la Coneja.
—¿Crees que a Adela le habrá dejado el Ratoncito Pérez un regalo tan grande como sus piños? —preguntó a la vez que intentaba seguir el ritmo de su amiga.
La otra lo consideró por un momento.
—Tiene que caber debajo de la almohada —se encogió de hombros.
—¿El diente o el regalo?
Ambas rieron porque que Adela tuviera los dientes igual de gigantes que los de los conejos que criaba su abuela, parecía tratarse de algo más que una coincidencia.
—Me dijo que no le gustó el regalo y que se lo dio a su abuela —explicó dejando que el columpio se moviera por inercia propia.
—¿Y a ti que te trajo?
—Nada —contestó sin una pizca de enfado o tristeza—. Mi madre habló con el Ratoncito Pérez para decirle que no me trajera ninguna cosa por haberla desobedecido. Además, no encontramos el diente, así que…
Hacía escasos días, en su ímpetu por “volar como un pájaro”, finalmente lo había logrado… olvidándose por completo de la parte en la que tenía que aterrizar. Cayó de boca contra el suelo y lo que sí logró volar de verdad fue su diente, la paleta en concreto, haciéndo que su madre se disgustara muchísimo ya que no había parado de advertirle que no fuera tan bestia. La sangre tiñió de tal manera a la nieve, que la otra niña lloró ante el horror de aquella imagen y también por su amiga que, de hecho, se mostró más preocupada por encontrar su diente para dárselo al Ratoncito Pérez.
—No pasa nada —decía con tranquilidad—. Ya me saldrá otro.
Pusieron fin al rato en los columpios para entonces convertirse en brujas que conjuraban junto a un caldero que no era más que uno de los charcos en el camino principal del parque y, en el que al que tirar hojas, ramitas y piedras era como si fuesen ojos de sapo y patas de rana para conjurar un hechizo. Invocaron al Ratoncito Pérez para que ignorara la prohibición hecha por la madre y dejara un regalo por el diente perdido.
—No creo que traiga aquí nada.
—Sí lo hará porque debía de estar de camino para entregármelo hasta que mi madre lo detuvo por no haberla hecho caso. Seguro que le dijo que no había diente también, así que voy a ir a buscarlo ahora mismo —dijo incorporándose.
—Aquí no vas a encontrar nada —continuó advirtiendo la otra niña con el eco de la voz de un adulto sonando entre aquellas palabras.
—La semana pasada me encontré dos euros —enfurruñada, salió antes de que la volviera a contestar.
Su carrera no acabó aunque las figuras de los otros padres, abuelos y niños adquirieran el tamaño de las hormigas. Y es que era empujada por una verdad como lo era el aire por sus piernas en el columpio: sabía que encontraría su regalo.
Sin saber qué más hacer o a dónde dirigirse, pero con el firme convencimiento como compañero, continuó recorriendo el parque salpicando sus botas de barro en cada charco que cruzaba y escuchando el crujido al pisar la poca nieve que aún se resistía a derretirse. Ignoró el llamado de su amiga y el de su madre, cuya voz a esas alturas atrevesaba las copas de los pinos al gritar que fuera más despacio y no se alejara más.
Pero no se puede pasar por alto el cosquilleo que despierta al cuerpo avisando de que el destino ha comenzado a jugar también, porque dirigiéndose cerca del lugar de donde la abuela de Adela la Coneja se alejaba para volver a casa a seguir cuidando de sus conejos, junto a una papelera había algo extraño al que sol le arrancaba un brillo como si señalara aquí está. Sus pies, por fin, frenaron hasta parar, y su sonrisa sin paleta se vio correspondida por otra a la que no le faltaba ni un diente.
Aquella sonrisa perfecta pertenecía nada más ni nada menos que a un pequeño dinosaurio de color rosa que por vientre tenía a un reloj marcando las horas que había estado esperándola.
Jane Doe
Sigue así Jane, me lo he leido en el trabajo. Ha sido muy bonito y me ha hecho recordar un montón de detalles de mi infancia de peluches y muñecos a los que adoraba :_
ResponderEliminarSoy Leth por cierto hahahaha
Eliminar¡Jo qué guay que te hayas pasado a leer y a comentar! Mil gracias Leth *-*
EliminarSi he conseguido teletransportarte a esa época, doy mi misión por cumplida <3. Tenía miedo que pecara un poco de cursi y ñoño porque tiré mucho de nostalgia, pero al final creo que es un relato "leíble" hahaha, y en parte porque es casi "real" lo que cuento.
Ya dejaré por Twitter alguna foto, porque anuncio que el dinosaurio rosa con un reloj por vientre... EXISTE. JOJOJO.
¡Gracias de nuevo :_) !
Aquí tu princess Leia. Como siempre un relato maravilloso. Espero compartir algún libro contigo
ResponderEliminarYo también lo espero :)
Eliminar¡Gracias por asomarte siempre por aquí, princess!