viernes, 17 de diciembre de 2021

Grieta al Infierno

*Inguma:
Es el dios de los sueños en la mitología vasca.
Aparece en las casas por la noche para atormentar a quien duerma con pesadillas.

Su existencia asfixia al mundo desde que éste se cubrió con un velo de vergüenza. El nombre al que responde rueda en el olvido de su propia memoria; y es en el vacío de este recuerdo dónde atesora un mayor secreto: su primer suspiro de vida fue liberado por un último grito.

Tampoco queda alma vieja que recite oraciones con las que protegerse. El tiempo los ha reclamado y, ahora, aprovecha la ignorancia de los nuevos hombres que desconocen los escudos a levantar contra él.

Aunque gobierne la noche, no porta corona de oro y piedras preciosas. La suya es la forja de miles de abejas aplastándose para alimentar a sus oídos de pesadillas cuando planea desde el cielo encendido por estrellas.

Él es la silueta oscura a los pies de la cama, el monstruo en el armario, el que acecha bajo la cama.

Tal criatura debería ser repulsiva, el mal augurio que alerte a cada poro de la piel. Sin embargo, su belleza ha sido escrita para atraer en un idioma que sólo puede traducirse en el filo en el que las emociones colapsan y caen al pozo del pánico y el dolor.

Irrumpe en sueños como en los cuartos del desdichado que recibe su visita. Sus dedos se enredan en las brumas de lo inconsciente, tejiendo y enredando, enredando y tejiendo, hasta que el telar de tal delirio onírico se corrompe asomándose en ventanas a lo sublime. La rasgos de la amante se deforman en ojos de iris blancos que emiten el juicio sin pestañeos: “no eres suficiente”, “no te acepto”, “no te quiero”. La vegana asiste a un banquete de suculenta carne cruda que termina en su estómago, a pesar del balar del cordero suplicando “no me comas”. Otros se pierden en baños relajantes con burbujas que explotan para que llueva insectos sobre su cuerpo, son perseguidos por payasos de sonrisas vertebradas con guadañas, caen al infinito o ven cómo sus dientes se sueltan… En su dominio no hay veto para el acecho del terror.

Pero en una noche como otra cualquiera, el horizonte dibuja una casa. La llamada flota burlona a su alrededor, atrayéndole. A su llegada, el telón de cortinas se descubre y contorsiona para que se introduzca en la habitación.

En el medio yace una muchacha entregada al descanso. Una Venus ajena a lo que la vigilia niega a revelar. Se cierne sobre ella, desplegando sus alas con los horrores arremolinándose por encima de sus hombros en una danza de expectación pura. Cuando su mano rodea el cuello fino, es como agarrar al sol. Rayos de cabellos se esparcen por la almohada y de su cuerpo emana una luz que arde. Resiste la quemazón invadiendo su sueño, buscando el rincón donde guarda las sombras para mandarlas contra ella a poseerla, a devorarla, pero solo sigue encontrando luz. Sus dedos aprietan más mientras la promesa de la satisfacción cumplida va difuminándose hasta dar paso a la impaciencia y luego, a la desesperación.

Tal presa no puede escapársele.

La respiración de la inocente está por detenerse sin haberle saciado. Sus ojos se abren entonces y se levanta el crepúsculo. A él no le queda otra que desvanecerse sabiendo que su presencia no es bienvenida en la hora dorada.

Lo intenta en la siguiente noche. Y en la siguiente a la siguiente. Lo intenta tanto que han podido pasar años, siglos quizás. Cada vez que logra domar a una de sus quimeras, cada vez que ella despierta y el día vuelve a alcanzarle. Se halla tan consumido en su obsesión que no aprecia que lo que responde a su mirada es su propio abismo, que al dios de las pesadillas le ha sido revelado su propia pesadilla.

El peso de esta realidad le golpea vagando una vez más en las regiones ocultas tras máscaras ajenas a la razón de la joven, donde quiere verter hasta la última gota de su espíritu. En ese momento, una puerta muestra que lo está esperando al otro lado.

—Inguma —el mundo se estremece cuando vuelve a escuchar el recuerdo de su nombre.

—¿Quién eres? —clama desesperado.

—¿Aún no lo sabes? —dice dibujando una sonrisa burlona—. Soy el Amanecer y nunca podrás tenerme.

—Entonces, mi grieta al Infierno eres tú.

Ante sus palabras, ella le compadece.

—Acércate. Ven conmigo antes de que despierte —tiende su mano—. Dejaré que el amanecer de hoy sea nublado.
Emme's Codes
Jane Doe